HISTORIA DE LA CORRUPCIÓN EN BOLIVIA
HISTORIA DE LA CORRUPCIÓN EN BOLIVIA
Max Murillo Mendoza/14-02-2020
Bolivia es uno de los países más corruptos del mundo. Triste noticia desde siempre, además de ser también uno de los países más pobres del mundo. La mayor culpa en todo esto la tienen las clases altas y oligarquías, que son provincianas, atrasadas, periféricas, coloniales por sus características de guetos extranjeros llegados en todos los siglos: españoles, italianos, alemanes, croatas, árabes y demás ocurrencias. Los apellidos los retratan con exactitud: Marincovich, Petricevich, Nayar, Banzer, Longaric, Klinsky, etc. Dueños de la política boliviana desde hace muchos años. Clases altas sin identidad con nuestro pasado, con nuestros ancestros milenarios. Es decir sin identidad con todo lo que se intenta construir en estos territorios.
El Estado, que no es Estado sino algún ente a imagen y semejanza de esas élites extranjerizantes, jamás se hizo Nación, jamás respondió a nuestras realidades, sino todo lo contrario. Tuvimos que organizarnos desde siempre para defendernos de ese Estado, corrupto, ladrón, incapaz, sin políticas de Estado, sin posibilidades de institucionalidad, sin sentido de territorio. Dicho ente llamado Estado, es un instrumento de las élites para el saqueo, para el robo indiscriminado e impune, para la generación de los nuevos ricos, porque la incapacidad de las clases altas para generar riqueza y producir economía siempre fue nula. Su característica parasitaria respecto de ese Estado es lo normal.
La agroindustria cruceña se alimentó de la COMIBOL en los años setenta del anterior siglo, cuando el alemán Banzer desvió desde el Estado miles de millones de dólares, a las arcas de las colonias de Santa Cruz. Así sucesivamente, el hilo conductor de la corrupción de alto vuelo, de cuello blanco y blancoide, es desde siempre la costumbre más arraigada en Bolivia. Por supuesto que la historia de la corrupción está íntimamente ligada a la historia de la impunidad, jamás tuvimos un sistema de justicia real, sino un gansterismo legal para responder a esta lógica de la corrupción. Matemáticamente es la fórmula ideal.
Lo que sucede en estos días, con ese calvo de cuello blanco de acento oriental, gerente de ENTEL, pues no es novedad. La competencia por apropiarse de este ente llamado Estado, es inmensa, no tiene colores, es de todas las ideologías, de todas las religiones, de todas las clases sociales. Los masistas también perfeccionaron el robo sistemático, algunos se hicieron maestros en esas artes. Muchas mujeres destacan en esas lides. En definitiva, el saqueo de nuestras riquezas es la sangre que recorre en las venas de las oligarquías y clases altas, y en realidad esa es la verdadera historia tradicional, adornada y perfumada en los gloriosos libros de historia nacional, donde los ladrones aparecen como héroes ante la posteridad.
En cierto sentido, la famosa participación popular y la descentralización del Estado en los años noventa del anterior siglo, sólo socializó la corrupción a todo el país. Desde entonces alcaldes, burócratas provincianos, indígenas y campesinos se corrompieron también al son de la música del Estado central. Conocemos cientos de alcaldes revolucionarios y comprometidos cuando pobres, hechos millonarios después de dejar la silla del poder. Por tanto, escandalizarse de lo que está sucediendo en estos días con ENTEL es hipocresía colectiva, es complicidad con todo el asco que reflejan estas costumbres absolutamente arraigadas en el ser boliviano.
Pero, como diría y escribiría Lenín allá en 1905: ¿Qué Hacer? Para no ir hasta el principio de los siglos y de la historia de las ideas, Bolivia necesita por cierto una nueva generación de políticos. Fácil decirlo y escribirlo; sin embargo conviene insistir en esta verdad absoluta. Los Camacho y los Pumari son política tradicional, más de lo mismo y conocido, sin ideas de nada, sin nociones sino básicas de la complejidad de este país. Otros saqueadores del Estado, que se lucieron algo en los meses de octubre y noviembre para sacar a Morales del poder. Hoy muestran su rostro concreto y real: quieren entrar a la lista de los libros de historia tradicional, como los nuevos ladrones del palacio de gobierno.
En Bolivia los discursos son sólo oratoria de circunstancias. No sirven de orientación porque no son mensajes reales. Los discursos son parte del folklor criollo, para distraer y adormecer a las masas. Lo real son las intenciones políticas que tienen como objetivo asaltar al Estado. Ya sabemos por la historia reciente que no hay ninguna diferencia entre izquierda y derecha, en esos hechos esas ideologías son hermanas gemelas.
Pero yendo a la idea del qué hacer, pues existen herramientas de la modernidad como el gobierno electrónico, por ejemplo, que pueden ser instrumentos eficaces para combatir la burocracia que es sinónimo de corrupción. La formación de los nuevos burócratas en las artes de gestión, que no existe en lo más mínimo en el Estado. Lo ideal, el deseo ético espiritual, que las nuevas corrientes políticas, más allá de las viejas ideologías, también sean portadoras de nuevos valores que están en los temas de ecología, feminismo, equilibrio con la naturaleza, compromiso como el Vivir Bien, el retorno del espíritu humano a la naturaleza. Valores que pueden ser fundamentales, para cambiar por fin las costumbres atrasadas, corruptas, criollas y coloniales de la política real.
Necesitamos sangre nueva. Necesitamos discursos nuevos. Necesitamos novedades en las propuestas, como nuevos derroteros y utopías. Romper paradigmas, para mandar por fin al basurero de la historia tanta podredumbre de impunidad. Necesitamos ser nosotros mismos, con nuestros propios valores ancestrales, que aún recorren nuestros imaginarios. Necesitamos recordar a nuestros Estados prehispánicos que fueron sostenibles y funcionales por miles de años. Quizás esos recuerdos sean nuestras instituciones que hoy no tenemos.
La Paz, 14 de febrero de 2020