SOCIEDAD BOLIVIANA DE HISTORIA

SOCIEDAD BOLIVIANA DE HISTORIA 

Max Murillo Mendoza/23-03-21

Recuerdo las reflexiones de Felipe Quispe, después de su paso por la carrera de historia de la UMSA, que decía no haber aprendido nada en cinco años, sino la repetición de los mismos relatos bíblicos de la historia tradicional boliviana. Así las instituciones que supuestamente se encargan de reflexionar y posicionar a la historiografía boliviana, con todos sus desafíos complejos, son como la realidad de este país: señoriales por un lado, y todo lo demás por el otro. Instituciones que ratifican totalmente las herencias con tufos coloniales, sin que aporten en nada a las exigencias de las realidades de nuestro país, también en los temas de la historia y la historiografía. 

Me entero por la prensa (página siete) como un acto social de rancia alcurnia, que eligieron a nuevas administradoras de la historia, en la sociedad boliviana de historia. Como también repetía el Mallku: el club de las señoras de sociedad. Sin ánimo de debates clasistas ni mucho menos, lamentablemente Bolivia no avanza en la construcción de instituciones, sean estas privadas o estatales, capaces de reflejar las condiciones materiales e históricas del país. Las clases altas simplemente repiten viejos esquemas republicanos, en este caso con la excusa de la historia, para justificar lo que siempre fue. Clubes de té ramy, o beneficencia social de limpiado de consciencia.  

Como en todo lado, existen las excepciones que confirman la regla general. Me refiero a la Dra. Clara López, a quién le acompañan investigaciones de calidad y de real aporte a la historiografía del país. No digo que tengan la culpa de las desdichas las señoras de esa directiva, sino que son inconscientes retratos de cómo se manejan las instituciones llamadas a los desafíos estructurales, intelectuales, de clarificación de las condiciones sociales que nuestro país sigue arrastrando desde tiempos inmemoriales. 

Las costumbres arraigadas, sociales y señoriales, desde las épocas coloniales se mantienen por supuesto para mantener el statu quo del funcionamiento del poder. Sea simbólico o real. Coincide además que las mismas personas se reparten los espacios de formación, de supuestamente nuevos historiadores, en las universidades. Nada casual por cierto. Y por tanto coincide en que no existen renovaciones intelectuales, ni posibilidades de nuevas escuelas, de nuevos enfoques o sospechas desde Bolivia. Se mantiene nomás los referentes tradicionales y de club social, de club de buenas amigas en nombre de la historiografía boliviana. 

Lo grave es que desde lo popular nada alternativo ha surgido en este medio siglo de aventura por la historia. Los intentos han terminado como lo empezado: en fiestas de alegría y voluntarismo combativo; sin ideas ni capacidad de generación de nuevas corrientes historiográficas. También con la excepción de la historia oral, que sí cambiaron enfoques, metodologías y nuevas interpretaciones de nuestra historia. Lo demás popular sigue nomás en las tentaciones de la borrachera y la ausencia de epistemologías para los aportes reales. 

La carrera de historia de la UPEA tampoco es hoy garantía de aportes intelectuales a la historiografía, sumido en una profunda crisis institucional derivado de luchas intestinas irracionales, tiene todavía que reordenar su caminar. Los resultados esperarán muchos años, para ver la verdadera identidad de sus investigaciones y líneas intelectuales. En los papeles se promete mucho, a lo boliviano; pero en la práctica está por verse. 

En definitiva, nos las vemos sin las velas necesarias en la historia para andar con el barco de los desafíos. Por un lado, los clubes de la historia tradicional en perpetuo brillo de la estatúa de sal bíblica de la mujer de Lot: sin cambios ni aportes al menos básicos. Por el otro, en lo popular aun sobreviviendo en las aguas estancadas de los olores sin definición, y también sin la identidad de los aportes intelectuales ni las ideas para los desafíos. La inercia de todo lo tradicional, como lo único en el firmamento del consumo historiográfico. 

En Bolivia no hemos tenido las revoluciones historiográficas, como en el Perú por ejemplo. Donde existen escuelas marxistas, indianistas e indigenistas, neomarxistas y de otros enfoques de altísima calidad. Con historiadores de fama mundial, gracias a esos esfuerzos de hacer escuelas en serio y no sólo club de té ramys, con manejos institucionales donde los mejores alumnos hacen sus posgrados  en las mejores universidades del mundo. Donde el Estado tiene como política de Estado el que contraten a historiadores, en todos los espacios posibles del estamento estatal. Donde el respeto por la historia al menos tiene su lugar ganado.  

Por aquí, por estos lados del valle de lágrimas mundial, no se han construido Estado ni instituciones allá en 1825, cuando las élites coloniales se adueñaron por decreto de los espacios de la república. Empezando el paseo señorial en nombre de la nueva república, que sus tufos y costumbres llegan hasta el siglo XXI vivitos y coleando sus clubes de té ramy, en salsas perfumadas de historiografía: para la foto y el recuerdo del apostolado señorial, que necesitan aparecer en los libros de historia tradicional. Alejados y alejadas de las otras historias, de las paralelas y totalmente desconocidas para estas herencias señoriales. 

Pues sí, las prácticas dicen todo. Las palabras y los discursos se encargan de encubrir lo real de las prácticas sociales. En Bolivia no hemos logrado ni siquiera dialogar sobre los significados, las percepciones y los procesos de nuestra historiografía, porque los espacios de eso siguen manejados por los mismos burócratas de la “independencia” desde 1825, no desean ni tienen la capacidad de cambiar o al menos modificar lo evidente de los siglos posteriores. 

La Paz, 20 de marzo de 2021